Encomendados a Tláloc
El área metropolitana de la Ciudad de México está viviendo niveles de contaminación inéditos en nuestra historia reciente. Varias zonas de la capital alcanzaron muy altos índices de puntos Imeca, y el porcentaje de partículas suspendidas ha sido el mayor que se ha detectado en la historia de la metrópoli.
En la Ciudad de México, desde mediados de la década de 1980, tenemos serios problemas de contaminación. Obvio estamos rodeados de montañas que no permiten que circule el aire y, además, cada vez tenemos más automóviles que no cuentan con tecnologías para disminuir la contaminación, a pesar de los cambios que se han producido en ese sector, cambios tan insuficientes como lo demuestra el que los automotores que se venden en el país no tienen las mismas normas ambientales que modelos similares que se venden, por ejemplo, en Estados Unidos.
Para atender la contaminación ha habido más ocurrencias que medidas serias, a pesar de que tenemos grandes especialistas en el tema y de que existen iniciativas ciudadanas (como el Grupo de los Cien) desde décadas atrás.
En mayo de 1998, la Ciudad de México vivió uno de sus peores momentos respecto a la polución. Cuauhtémoc Cárdenas acababa de comenzar su gestión como Jefe de Gobierno y los niveles de contaminación ensombrecieron su gestión. Siguiendo una vieja idea de Heberto Castillo, fue cuando le propusieron a Cuauhtémoc poner unos ventiladores gigantes cerca del Popocatépetl para que aventaran las partículas suspendidas hacia el poniente de la ciudad y de ahí se disiparan. En 1999 una científica de la UNAM propuso que la ciudad se dividiera en dos: los del oriente tendrían que pintar su techo de blanco y los del poniente su techo de negro. Decía que si todas las casas del valle estaban reflejando o absorbiendo luz, eso haría que la temperatura cambiara de golpe y se harían corrientes de aire que dejarían escapar los gases. Obvio, tampoco prosperó.
Más propuestas: en 2011 se propuso que se excavara el Zócalo capitalino para crear un rascacielos invertido de 65 pisos en el subsuelo. El estudio decía que este proyecto podría albergar a más de 100 mil personas, con un museo dedicado a la ciudad y las reliquias encontradas durante la excavación, con viviendas, plazas comerciales, jardines, oficinas y comercios. “El Rascasuelos”, como se le conoció, tuvo mucho eco en los medios de comunicación y sus creadores proyectaban una atmósfera propia, estacionamiento para cientos de vehículos y su propio sistema de tratamiento de aguas y de generación eléctrica ¿El costo? Unos 10 mil millones de dólares y ocho años de construcción.
Otra idea: en 2011 el Taller 13 Arquitectura Regenerativa propuso, como una solución ecológica para los problemas de inundación de la capital, destapar Viaducto y liberar al río entubado que pasa por ahí, creando una zona ecológica que cruzaría la ciudad de lado a lado.
Ante las ocurrencias y la falta de propuestas de fondo, realistas, operables y verificables, lo que tenemos es una situación cada año peor. En estos días en el Valle de México hemos vivido bajo una inmensa nube de contaminantes, respirando a cada segundo gases y partículas suspendidas, las peores de todas, las llamadas PM2.5.
La causa de esta inmensa contaminación se debe en gran medida a los 130 incendios forestales que han afectado más de 26 mil hectáreas de bosque. De acuerdo con la Comisión Nacional Forestal (Conafor), hasta el pasado martes, 39 incendios habían sido liquidados, 20 estaban en proceso de liquidación y 71 se mantienen activos.
Dentro de estos fuegos activos, 11 se registran en las Áreas Naturales Protegidas (ANP), que en algunos casos iniciaron desde el mes pasado y no han podido ser controlados. También, porque la Comisión ha visto drásticamente reducidos sus presupuestos y no tuvo recursos para trabajar en todos ellos simultáneamente. El Gobierno federal redujo en mil 229 millones 166 mil 225 pesos el presupuesto de este año para la Comisión Nacional Forestal (Conafor).
No es un problema sólo capitalino. De acuerdo con el Sistema Nacional de Calidad del Aire (Sinaica) 15 entidades reportan mala calidad del aire en al menos una ciudad. El pasado 12 de mayo la plataforma FIRMS (Fire Information for Resource Management System) de la NASA capturó una imagen en la que se pueden apreciar los incendios activos en las últimas 24 horas en México y en el mundo. La imagen satelital, que fue captada por el instrumento MODIS, muestra cómo gran parte del territorio nacional está en rojo; literalmente, el país está en llamas.
Margarita Zavala, exaspirante presidencial, escribió que el Gobierno actual tiene la culpa de que México esté ardiendo, debido a su “política presupuestal que ha sacrificado todo lo indispensable para la mejor convivencia”. Además, denunció que la administración federal canceló la partida de empleo temporal para la prevención de incendios, la cual le permitía a la Conafor contratar brigadistas para combatir los siniestros.
Pero lo cierto es que mientras los incendios azotan gran parte del país, en la Ciudad de México estamos viviendo días difíciles.
No es nuevo. El 21 de mayo de 2017, Claudia Sheinbaum escribió, criticando al gobierno de Miguel Mancera: “6 días de Contingencia. Partículas en más de 110 Imecas. Autoridades esperando que Tláloc les ayude. Urge política ambiental en CDMX”. Dos años después, la ahora Jefa de Gobierno, también espera que Tláloc ayude a eliminar la contaminación.
La mandataria capitalina publicó un video en el que denunciaba que la administración anterior no dejó protocolos para las contingencias ambientales. Pero ella misma se dio cuenta que la ciudad no contaba con esos protocolos; lo criticó en un tuit hace dos años.
Pero seis años antes ella misma era la secretaria de Medio Ambiente de la Ciudad de México, durante todo el Gobierno de López Obrador en la capital. No pudo haber sido para ella un fenómeno inesperado.
Por lo pronto, ayer, en buena parte de la ciudad, Tláloc, el dios azteca de la lluvia, le echó una mano al Gobierno y a los capitalinos. Claro que encomendarse a Dios, a cualquiera de ellos, no puede ser asumido como una política pública sensata.