Otro cantante asesinado
La historia se repite… otro cantante de corridos, Luis Ronni Mendoza, vocalista del grupo regional mexicano Los Ronaldos, recibió más de 300 balazos en su camioneta y al menos 100 impactaron en el cuerpo del intérprete.
Rooni cantaba: “No me asustan, no tengo miedo a perder la vida, pero me cuido por si se animan. Una 40 y 30 tiros, 5 cargadores están conmigo”.
Pero aun y con sus pistolas y cargadores, fue asesinado el pasado sábado, cuando lo emboscaron en calles de Ciudad Obregón.
Mendoza, de 23 años, y su representante circulaban en una camioneta blanca por el boulevard Morelos en Ciudad Obregón; al llegar al cruce de las calles Tabasco y Tamaulipas fueron alcanzados por hombres armados, quienes comenzaron a dispararles a plena luz del día, para después huir.
De acuerdo con testigos, el ataque ocurrió alrededor de las 4 de la tarde y los agresores se transportaban en al menos dos vehículos; tras los disparos, varios curiosos se acercaron a la escena del crimen y grabaron la dantesca escena.
Las víctimas acababan de salir de los servicios fúnebres de un hombre conocido como Pepe Gangas, quien también el jueves pasado fue ejecutado.
Luis Mendoza, vocalista de Los Ronaldos, también tocaba y cantaba narcocorridos; tan sólo hace unas semanas había sacado una canción en la que hablaba de menores de edad dentro del crimen organizado, titulada “Los Chiquinarcos”.
Son muchos los intérpretes de música grupera que han sido asesinados. Y es que en numerosas ocasiones los jefes de los narcotraficantes contratan a estos artistas para sus fiestas o bien para que les compongan corridos. Canciones que pueden molestar a los grupos contrarios y ahí es donde surgen los enemigos.
Uno de los casos que más llamó la atención fue el homicidio de Valentín Elizalde, ocurrido el 25 de noviembre de 2006.
Esa noche, el cantante terminó su participación en un palenque de la feria de Reynosa, Tamaulipas; salía en una camioneta cuando hombres armados lo interceptaron y le dispararon más de 60 veces.
Su chofer, un amigo y su representante también murieron. Se sabe que Elizalde interpretó una canción que en el medio era atribuida supuestamente a Joaquín El Chapo Guzmán, lo cual molestó a sus enemigos.
Tras cantar la canción “A mis enemigos”, por segunda ocasión, y que marcó el fin de la presentación, llegaron amenazas, por lo que Elizalde salió de inmediato de su concierto, pero aun así lo mataron.
El 2 de diciembre de 2007, Sergio Gómez, vocalista del grupo K-Paz de la Sierra, fue asesinado luego de su presentación en Morelia, Michoacán.
En su camino rumbo a Puerto Vallarta, Jalisco, un grupo armado lo secuestró junto a sus acompañantes, quienes fueron liberados momentos después.
Al siguiente día, el cuerpo de Sergio Gómez fue hallado con huellas de tortura.
Cuatro años después algunos medios publicaron que Nazario Moreno González, El Chayo, extinto líder de La Familia Michoacana, ordenó el secuestro, tortura y ejecución de Gómez.
El 30 de noviembre del 2007 la cantante Zayda Peña Arjona fue encontrada con un disparo en la espalda; estaba en un hotel en Matamoros, Tamaulipas. De inmediato fue llevada a un hospital. Mientras se recuperaba tras una cirugía de emergencia, un sicario entró al área de terapia intensiva y le disparó en la cabeza.
Otro cantante asesinado fue Rosalino Sánchez Félix, Chalino, considerado pionero del narcocorrido; un migrante que radicaba en Los Ángeles y que cobró fama entre los cárteles, pese a que jamás se tocó su música en la radio.
Es así como muchos, o la gran mayoría de grupos regionales son buscados por criminales para amenizar sus reuniones o para hacerlos “leyendas”.
Este tipo de canciones mandadas a hacer por parte de los grupos criminales tienen ganancias enormes, y es que un narcotraficante puede pagar hasta 50 mil dólares para que le compongan un corrido con el tema de su preferencia.
Miles de historias se componen y difunden diariamente, cantando la vida, hazañas y muerte de narcotraficantes y delincuentes. Con los narcocorridos se hace dinero, se cimentan famas, pero también se mata y se muere.
Pero la historia de esta música viene de mucho más atrás. Antonio Tony Aguilar fue uno de los primeros en comenzar a cantar corridos inspirados en temas del narcotráfico, que comenzaba a asolar Sinaloa en los años 80. Desde entonces se registró un crecimiento explosivo de los narcocorridos y varios artistas han cimentado su fama en los mismos.
Con la consolidación de los grupos del narcotráfico, cada uno de los grandes cárteles fue adoptando un intérprete como su preferido, generalmente porque eran oriundos de su zona de influencia.
Dos agrupaciones fueron grandes protagonistas de esta historia. Los Tigres del Norte, preferidos de Amado Carrillo Fuentes, El Señor de los Cielos, para quien compusieron temas como “Camelia la texana” y “La banda del carro rojo”; pero sin duda, el más conocido de todos, como le comenté, fue “Jefe de jefes”, dedicado al capo.
Y en el otro extremo de la frontera estaban los Tucanes de Tijuana, preferidos del Cártel de los Arellano Félix, quienes compusieron “El papá de los pollitos”.
El fanatismo de los cárteles fue de la mano con los enfrentamientos entre los distintos grupos y el género fue adoptando otras formas hasta convertirse en muchas ocasiones en un mecanismo publicitario de los propios grupos delincuenciales. Y con ello comenzó la violencia contra los propios intérpretes, que en ocasiones eran manejados por los narcotraficantes.
“Nuestro trabajo es componer corridos”, decía el cantante de Explosión Norteña, Alberto Cervantes, El Beto; “no somos policías para andar investigando de dónde viene el dinero”.
El Beto reconocía que por componer un narcocorrido le pagan miles de dólares. Un ejemplo es el tema “El tiburón”, dedicado a uno de los principales sicarios de los Arellano Félix.
Meses después de esa declaración, en septiembre de 2016, Cervantes fue asesinado en Rosarito, Baja California. Siete horas después del asesinato, Miguel Ángel Miramontes Murrieta, vocalista y compositor del grupo de música norteña Nueva Eminencia, recibió tres balazos en el estacionamiento del centro comercial Macroplaza, ubicado a un costado del bulevar Insurgentes, en Tijuana.
Y aunque las autoridades han tratado de prohibirlo, el género parece estar más vivo que nunca y se ha convertido en un instrumento más en la guerra entre los cárteles. Y es que el narcotráfico termina siempre siendo un muy buen negocio para el espectáculo.