Javier, el ansia también mata
¿Cómo pudo ser que Javier Méndez Ovalle, un joven de 19 años que tuvo el talento para ganar las olimpiadas de física y ser de los mejores estudiantes en su escuela haya resultado ser el asesino de Sandra Camacho de tan sólo 17 años: una muchacha a quien mató y descuartizó porque simplemente se había burlado de él?
Existe la idea, muchas veces errónea, de que la violencia, la delincuencia, los actos que suelen ser incalificables suelen provenir de hogares o familias disfuncionales o deshechas. Por supuesto que eso en muchas ocasiones lo explica, pero no siempre. Javier no es producto de un hogar deshecho por la pobreza, las drogas o las taras sociales. En su declaración ministerial reconoció que su padre fue un buen hombre, preocupado por su familia y que les quiso dar siempre lo mejor. Su madre, aseguró, se dedicaba siempre a cuidarlos, tanto a su hermano como a él.
Desde pequeño, Javier fue buen estudiante, aunque retraído y con pocos amigos. Pero siempre sufrió de bullying. Tampoco nada de extrema gravedad: sus compañeros lo molestaban porque tiene una deformidad congénita en el pabellón de la oreja derecha. Era, eso sí, un chavo poco tolerante a la frustración.
Sandra y Javier se conocieron por medio de Facebook. Estuvieron enviándose mensajes durante 15 días hasta que decidieron conocerse. Se encontraron en el metro Tlatelolco, fueron al cine y después a caminar a un parque. Más tarde se dirigieron al departamento donde Javier vivía. En su declaración ministerial dice que cuando le platicó a la joven que había ganado una beca y que iba a ir a vivir en el extranjero por su buen desempeño académico, ella se burló. Javier la golpeó y después trató de hacerla callar. En ese intento, sostiene, acabó con su vida. Pero fue la violencia irracional, la falta de control sobre sus instintos, lo que lo llevó a matarla y, luego, a descuartizarla cuando no supo qué hacer con el cuerpo.
La psicóloga Feggy Ostrosky, especialista en mentes asesinas, como lo indica el título de uno de sus libros, explica que la depresión y los ataques de enojo están relacionados. “La depresión y la conducta violenta se correlacionan con la irritabilidad. Entre 38 y 44 por ciento de los deprimidos presentan ataques de enojo. En relación con la violencia, 60 por ciento reporta atacar a otros física o verbalmente. El 30 por ciento destruir o aventar objetos. Con cada 20 por ciento de incremento en los síntomas depresivos aumenta 74 por ciento la agresión contra el cónyuge”.
Feggy agrega que “la tensión que producen los traumas físicos y emocionales o sexuales, o la exposición a ambientes altamente traumáticos, puede disparar una serie de cambios hormonales que, a su vez, generan cambios cerebrales permanentes que transformarán la manera en que las personas manejarán en el futuro sus emociones.”
Javier habla en su declaración ministerial que fue víctima de bullying durante mucho tiempo en su etapa escolar. Esto, por supuesto no justifica ni explica el asesinato que cometió. Pero tal vez si Javier hubiera recibido atención psicológica, esta tragedia no hubiera ocurrido. Hace unas semanas al escribir en esta columna sobre el acoso escolar, entrevisté a varios expertos. Todos coincidieron en que tiene que haber centros de atención psicológica en todas las escuelas, para atender tanto a las víctimas como a los victimarios del mismo. A veces es un lugar común decirlo; pero, precisamente por eso lo solemos ignorar, pero la seguridad y la fortaleza de los jóvenes se suele forjar en los hogares, aunque también en las escuelas. Cuando se habla de reformar la educación, hay que cambiar muchas cosas y hay que apuntar a la excelencia pero la misma tiene que ir de la mano con cultivar y educar las mentes y las personalidades. Con Javier no ocurrió así.
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