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El fin a la cárcel del terror

Fueron 76 años de motines, desapariciones, incendios, riñas y muertes, que, finalmente, concluyeron el pasado 30 de septiembre, día en el que el Penal de Topo Chico, en Monterrey, Nuevo León, cerró sus puertas.

Un penal creado para 700 internos que llegó a albergar a más de cuatro mil personas. Sin divisiones, los reos podían moverse por donde querían, o por donde los líderes criminales se los permitían, incluyendo el área femenil, en donde las mujeres eran violadas sistemáticamente.

La autoridad en este lugar de terror la tuvieron durante años los grupos criminales, principalmente Los Zetas, que peleaban con los líderes de Los Zetas Nueva Escuela. El control lo ganaban los criminales más fuertes y desgraciados. Los demás internos vivían bajo el temor y extorsión de estos personajes.

En ese penal, en febrero de 2016, se dio un enfrentamiento entre grupos antagónicos que dejó un saldo de 49 muertos, cinco de ellos calcinados.

El choque por el control del reclusorio fue entre internos pertenecientes a dos grupos liderados por Jorge Iván Hernández Cantú, El Comandante Credo, del Cártel del Golfo, y Juan Pedro Saldívar Farías, El Z-27, de Los Zetas.

Pero de éstas hay mil historias.

Uno de los episodios más violentos se vivió en marzo de 1980, cuando reos liderados por Carlos López Atanasio, El Cubano, y Rodrigo Alcalá López, El Huevo, tomaron como rehenes al director, Alfonso Domene, y a sus secretarias para negociar su liberación.

Otro de los habitantes legendarios del penal fue el pasante de medicina Alfredo Ballí Treviño, quien en 1959 descuartizó a un joven. La personalidad del regiomontano inspiraría al escritor Thomas Harris, quien visitó la cárcel en los años 60, para crear al personaje de Hannibal Lecter de la película El silencio de los inocentes.

El 31 de diciembre de 2010, sicarios de Los Zetas sacaron de la prisión a la interna Gabriela Muñiz Tamez, La Pelirroja, y la colgaron en un puente peatonal de una importante avenida de Monterrey, debido a que era novia de un capo del grupo rival, el Cártel del Golfo.  Esta historia detonó el inicio de una guerra feroz entre ambos grupos criminales en Monterrey y fue la antesala del terrible atentado en donde se incendió el Casino Royal.

En junio de 2016 se registró otro motín, en protesta por el traslado de varios reos al Cereso de Apodaca. En esa ocasión murieron tres personas y más de una decena resultaron heridas.

Y es que desde el penal, los criminales trabajaban y vigilaban tanto la prisión como la ciudad. Una vez que en noviembre pasado se tomó el control del penal se detectó algo parecido a un centro de control de mando con cámaras e información de cada uno de los reos y sus familias para saber con cuanto dinero se podía extorsionar a cada uno.

El autogobierno, tráfico de alcohol, armas, drogas, incluso comida, y la extorsión hicieron de Topo Chico un lugar ingobernable y una fábrica de criminales; y es que a lo largo de los años fueron llegando asesinos, ladrones, traficantes de drogas, delincuentes sexuales, quienes fueron colmando las celdas del oscuro “Rondín”, como se le conoce al edificio central del penal.

En un penal donde hubo autogobierno tantos años y con historias de desaparecidos es probable que haya restos humanos enterrados. Estuvimos dentro del penal, haciendo un recorrido para conocer las entrañas de Topo Chico.

Hay varios especialistas, policías con perros adiestrados, trabajando en el lugar con radares terrestres en busca de fosas clandestinas.

Desde finales del año pasado, la situación dentro de este lugar empezó a cambiar. Eduardo Guerrero, uno de los hombres con más experiencia en el tema de reclusorios en nuestro país, junto con su equipo, llegó a trabajar al estado de Nuevo León para que se pudiera retomar el control del Penal de Topo Chico.

En esa fecha, Juan Manuel González inició como nuevo director del penal y con él platicamos.  Dice que se encontró con cientos de personas encadenadas en el piso, sin oportunidad de salir al patio; más de 250 tomas clandestinas de gas para los puestos ambulantes que había en el penal, sin ninguna regulación; hombres, mujeres y 44 niños en los mismos espacios ya que no había forma de contención porque los propios reos controlaban las esclusas.

Me impactó el área de mujeres. Cualquiera podía pasar ahí, y me relata González que muchas fueron ultrajadas en esas celdas. Sin duda se practicaron abortos en las peores condiciones.  Otras buscaron embarazarse de los líderes para tener protección, sólo así lograban sobrevivir.

Imagínese usted lo que llegaron a ver los 44 niños que estaban con sus madres, que el director del penal me cuenta que cuando veían a un hombre, los chiquitos corrían a esconderse. Pero, además, estos menores no tenían ni siquiera sus vacunas, en un lugar tan insalubre, donde convivían todos los días con roedores.

No había un comedor; cada una de las personas se llevaba su plato a donde podía.

Finalmente se logró evacuar ese lugar.

El traslado de los reos se hizo con un proceso muy complejo de inteligencia que se planeó con total secrecía. Primero se realizó el traslado de los primeros 300 reos, los líderes, y después el resto se hizo de una manera menos complicada. Una vez que los presos poderosos dejaron el penal, el resto de la población se sentía mucho más tranquila.

Hoy, todos estos hombres y mujeres están en otras prisiones, en condiciones más dignas y sin esa violencia inhumana que se vivía en el penal más atroz de América Latina, y desde donde operaba la delincuencia que trabajaba también afuera del penal.

Hoy, lo que fue una de las cárceles más terribles de México será la nueva sede del Archivo Histórico de Nuevo León; además se construirá un gran parque, que será llamado “Libertad”.

Los ciudadanos sólo podemos tener libertad si tenemos la certeza que da la seguridad.

Sin duda, la seguridad de Nuevo León mejorará ahora que muchos delincuentes ya no podrán resguardarse en Topo Chico.