¿Y qué hacemos ahora con Evo?
La negativa de abrir el espacio aéreo para que Evo Morales fuera trasladado a México demuestra que está lejos de tener el apoyo internacional que muchos en México quieren exhibir. Fue necesaria una intensa actividad diplomática de horas para poder sacar a Evo de Bolivia, incluyendo una escala en Asunción, Paraguay, bastante lejos de la ruta hacia México. Ni Chile, ni Argentina, ni Perú, ni Ecuador querían a Evo sobrevolando su espacio aéreo.
Si no hubiera sido trasladado en un avión de la Fuerza Aérea Mexicana, uno de ésos que están a la venta (una demostración más de lo absurdo de desprenderse de la flota de aviones el Estado), Evo no hubiera podido abandonar su país.
No son muchos los países que apoyan al régimen de Morales; muchos menos los que coinciden con México en que hubo un golpe de Estado: sólo Cuba, Rusia, Nicaragua, Venezuela y Uruguay sostienen que hubo un golpe. Estar junto a Raúl Castro, Vladimir Putin, Daniel Ortega y Nicolás Maduro no es muy halagador. El caso del uruguayo Tabaré Vázquez es diferente: en Uruguay hay una segunda vuelta electoral, que será muy cerrada, el 24 de noviembre, entre el oficialista Frente Amplio (donde participan simpatizantes de Evo) y el partido de centro derecha, el Partido Nacional.
Si el apoyo externo hacia Evo Morales no es muy amplio, en la coalición de facto que lo hizo caer hay de todo. Decir, como se ha mencionado en México, que sólo las fuerzas conservadoras son las que están en su contra, es falso. Para empezar, el grupo que ha sido decisivo en las movilizaciones es la Central Obrera Boliviana, que reúne a todos los sindicatos y, sobre todo al poderoso Sindicato de Mineros (Bolivia vive, literalmente, de la minería), una central marcadamente de izquierda; existen sectores de izquierda que fueron alejándose cada vez más de Morales en la medida en que éste insistía, una y otra vez, en perpetuarse en el poder; están los grupos de centro, liberales, que convergieron en torno a la candidatura de Carlos Mesa, el rival de Morales en octubre pasado. Sí hay corrientes de derecha, incluso radical, en torno al líder opositor de Santa Cruz, Luis Fernando Camacho, con fuerte peso entre los empresarios y la clase media de esa ciudad, la más importante de Bolivia.
A ellos se sumaron los policías, menospreciados siempre por Morales, y el Ejército, al que Evo le había dado apoyo, poder y recursos, encabezado por William Kaliman, un militar designado por Morales, quien finalmente, se negó a aceptar la última orden de éste: reprimir las protestas populares. Cuando se divulgó el informe de la misión de la OEA, confirmando el fraude electoral, Morales se volvió indefendible.
¿Quiénes están apoyando a Morales dentro de su país? Sus bases campesinas y los temibles Ponchos Rojos, los grupos paramilitares que organizó el régimen desde hace años como un factor de presión. En medio de la violencia que vive el país, y con el vacío de poder existente, los Ponchos Rojos son los que están enarbolando la consigna de la guerra civil y atacando, incluso con cartuchos de dinamita, colonias de clase media urbana para infundir el terror; y en buena medida lo han logrado.
Un largo viaje
Si el asilo de Morales en México tenía como objetivo pacificar la situación, hubiera sido muy importante que el exmandatario hubiera hecho un llamado a sus partidarios a trabajar en la salida constitucional, la única posible: la convocatoria a nuevas elecciones. No lo ha hecho.
¿Le sirve a México darle asilo a Morales? El derecho de asilo en nuestro país no debería tener discusión. A lo largo de muchos años siempre se ha respetado. Aquí han tenido asilo y refugio, desde los exiliados españoles de la guerra civil, hasta el depuesto Sha de Irán, Reza Pavlevi, pasando por personajes de todo el mundo que lo demandaran con justicia y razón. En ese sentido, otorgarle refugio a Morales no estaría siquiera a discusión.
Pero, ¿qué pasa cuando el refugiado interviene, o se lo usa, para intervenir en política interna o internacional de nuestro país? Si Evo insiste desde su llegada a México en que seguirá participando desde aquí en política, si denuncia el complot conservador e imperialista en el continente, si su caída se asume como un golpe de Estado con tan ilustres acompañantes internacionales, ¿eso quiere decir que México se suma a esa política estratégica, la de los llamados países bolivarianos?
Pareciera que sí: en menos de una semana se dio el apoyo a Evo Morales y la definición de su caída como un golpe de Estado, sumado a la forma en que fue recibido; estuvo el próximo presidente de Argentina, Alberto Fernández, quien coincidió con una reunión de la izquierda bolivariana, donde estuvo, entre otros, el expresidente de Ecuador, Rafael Correa; todos con el apoyo explícito de Nicolás Maduro. Estuvo en México el presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, y luego fue a Cuba Marcelo Ebrard. Todo en apenas una semana.
De ser así estaríamos cayendo en un grave error. Posiblemente, la diplomacia mexicana está pensando en colocarse como un punto equidistante que le permita negociar con todos al mismo tiempo y ser factor de consenso. Pero para eso, que por otra parte es improbable en el marco de polarización existente, se necesita estar, como se dice, equidistante. No se puede ser factor de negociación y, al mismo tiempo, ser parte de un bando. Ante un Trump y unos Estados Unidos en pleno camino electoral no deberíamos presentarnos como una presa fácil.
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