Huérfanos del crimen organizado
El 2019 cerró con 36 mil homicidios dolosos. Del 1 de diciembre de 2012, cuando Enrique Peña Nieto asumió la Presidencia, al 31 de octubre de 2018, 30 días antes de que dejara el poder, se registraron 150 mil 992 muertes violentas, la mayor parte vinculada al crimen organizado, señala una investigación de la revista Zeta.
De diciembre de 2012 a marzo de 2018, el recuento Milenio tiene contabilizados 54 mil 993 homicidios ligados al crimen organizado; mientras que en la administración de Felipe Calderón hubo 53 mil 105 casos.
Dejemos las cifras atrás; lo cierto es que son muchos los muertos por el crimen organizado en México.
Me pregunto: ¿de esos asesinados, cuántos tenían hijos? ¿Cuántos niños están desamparados porque mataron a sus padres?
De los niños que han quedado huérfanos por asesinatos no se tienen cifras, pero el número de pequeños desamparados debe ser muy alto.
Los hijos de criminales quedan en una extrema vulnerabilidad. Y está comprobado que lo que se vive de violencia en la infancia, se vuelven patrones que se repiten si no se trabaja para que los menores vivan de otra manera. Y esto aplica a la violencia y al abuso de sustancias como drogas o alcohol.
Si les prestamos atención, se les resguarda en un lugar seguro y libre de violencia; la historia negativa puede cambiar, pero para eso se necesitan políticas de Estado.
Muchas de las personas que están recluidas y que han cometido asesinatos tienen padres que han estado en el reclusorio.
De acuerdo con un artículo del Banco Interamericano de Desarrollo (2018), 40 por ciento de las personas encarceladas en América Latina y el Caribe son hijos de padres que abusaban del alcohol (39.8 por ciento) o tienen familiares que estuvieron presos (26.8 por ciento).
Según el BID, 47 por ciento de los presos declara haber sido víctima de violencia directa en casa cuando eran niños. Son los hombres encarcelados quienes presentan un mayor índice de maltrato infantil (48 por ciento) que las mujeres.
Además, 55 por ciento de las personas encarceladas ha tenido un arma de fuego en su vida; y es la posesión de estos artefactos la que se asocia con un mayor comportamiento violento.
Pero también están los niños que no tienen supervisión, no porque sus madres no quieran cuidarlos, sino porque tienen que trabajar. Recordemos, cuando fue la gran crisis de violencia en Ciudad Juárez, a principios de la década de 1990, que muchas mujeres se habían quedado solas porque sus maridos se habían cruzado a Estados Unidos para trabajar y ellas se iban a laborar a las maquiladoras todo el día. Sus hijos se quedaban en las calles, en el ocio, sin la vigilancia de un mayor. Muchos menores se empezaron a juntar con pandilleros y se unieron a ellos.
Es ese crimen organizado, donde los menores son considerados desechables y el tiempo esperado de vida de estos niños es de unos tres años. Y es que los malos buscan niños desde los 10 u 11 años para que empiecen a entrar a sus filas.
Para el oficial de Protección a la Infancia de UNICEF en México, Leonardo Mier, “los niños forzados a incorporarse a las filas del crimen organizado deben tratarse como víctimas de violación de los derechos humanos y no como criminales”.
Si bien es cierto que existe un marco legal para atender estos casos, como la Ley General de Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes, y el Sistema Nacional de Protección Integral a Niños, Niñas y Adolescentes, lo cierto es que estos menores parecieran quedar invisibles para el Estado, a pesar de todas las señales de alerta que representa su situación.
Dicen que la infancia es destino. De acuerdo con el doctor Israel Castillo, psicólogo especialista en trauma infantil, diversos estudios muestran que en la conducta delictiva de los menores, “tiene una gran influencia el abandono afectivo”.
El médico señala que estos jóvenes sufrieron “negligencia emocional” en sus primeros años de vida, ya que carecieron de una figura de apego que los hiciera sentirse seguros, que les mostrara interés.
Esta carencia puede traer como consecuencia formar seres humanos con mayor predisposición a ser violentos, debido a la “negligencia emocional” o “falta de apego”, lo que causa alteraciones en el cerebro.
“Se ha encontrado que las conexiones neuronales en la zona orbitofrontal del cerebro no se realizan en forma correcta. Los niños con problemas de apego no tienen el ‘cableado neurológico’ necesario para vincularse de forma adecuada con otro ser humano. Por eso tienen mayor predisposición a ser violentos”, señala el especialista.
La tendencia se incrementa cuando esta predisposición se combina con un entorno en el que hay consumo de drogas, violencia y una apología del crimen.
Para Nancy Ramírez, directora de Incidencia Política de Save The Children México, los niños que están en un entorno hostil, en donde las relaciones que tienen en sus comunidades, escuelas y hogares están cargadas de violencia, impacta directamente en su salud física, pero también en la mental.
Este “estrés tóxico” es un sometimiento permanente a contextos violentos y que deriva en ansiedad, miedo constante, estrés postraumático y puede tener también impacto en el desarrollo académico e incluso, abandono escolar.
Es momento de voltear a ver a esos niños, porque estos menores no escogieron esa vida repleta de violencia. Se necesitan políticas de Estado para ellos, para que su futuro, y el de México, tenga menos violencia.