En México, ni los sacerdotes se salvan
“Los Jesuitas estamos llamados a ser personas de frontera. Es decir, a ir a donde nadie más quiere ir. A estar presentes donde es más necesario compartir y construir esperanza. Desde hace más de 100 años se ha hecho trabajo ininterrumpido, eso es lo que ha hecho la Compañía de Jesús en la Sierra Tarahumara.”
Estas palabras del Jesuita Luis Arriaga Valenzuela, rector de la Universidad Iberoamericana, son muy ciertas. He conocido a Jesuitas que han trabajado en lugares muy complicados, con mucha pobreza y en zonas de gran violencia.
El lunes pasado un sicario, José Noriel Portillo Gil, alias El Chueco, previos a estos, entro persiguiendo a un joven, guía turístico, quien huía de hombres armados y trató de resguardarse en la iglesia. Lo asesinaron junto a los sacerdotes jesuitas Javier Campos Morales, de 78 años, y Joaquín Mora, de 80, ambos conocidos como Morita y El Gallo.
Los cuerpos de los jesuitas y el guía de turistas fueron ya localizados por la Fiscalía de Chihuahua en un lugar llamado Pito Real.
Ambos jesuitas habían hecho una labor importante de años con los indígenas de esta zona que cada día sufren más la presencia del crimen organizado y habían denunciado las amenazas.
Esta comunidad considerada como pueblo mágico en la Sierra Tarahumara, es azotada por grupos criminales que despojan a los indígenas de sus tierras, de sus espacios ecológicos, de grandes hectáreas de árboles para obligarlos a sembrar amapola y marihuana. Como pasa en muchas otras partes del país.
Y así, en medio de esta violencia viven los rarámuris, pero también misioneros de esta comunidad jesuita que desde hace años brindan su servicio en la sierra chihuahuense y donde han construido parroquias, internados, escuelas, talleres culturales, clínicas, centros de derechos humanos, y brindan acompañamiento en rituales y ceremonias ancestrales.
En Cerocahui y su vecino Urique lejos ha quedado esa propaganda que invita al clima tropical y que alberga huertas de mangos, papayas y toronjas, hoy son las balas las que imponen la ley.
La Fiscalía General de Estado de Chihuahua ofrece una recompensa de 5 millones de pesos, a quien aporte datos para detener a este asesino, quien además junto con sus cómplices se llevaron los tres cuerpos. El Chueco, también es acusado de secuestrar a dos personas que todavía no aparecen y de incendiar una casa, derivado de una disputa por un partido de béisbol.
Jesuitas rinden tributo
Lo sucedido con los sacerdotes Javier y Joaquín es muestra de cómo los jesuitas que están trabajando en estas comunidades caminan por una delgada línea al intentar ayudar en zonas donde los peligros abundan.
No es la primera vez que estos sacerdotes reciben amenazas del crimen organizado. Por décadas, los misioneros han sorteado los peligros, no sólo en México, sino en otros países donde acuden hasta los puntos lejanos, que, en el mejor de los casos, cuentan con servicios básicos de agua y alumbrado.
Los jesuitas hacen tres votos: de pobreza, de castidad y de obediencia, y un cuarto voto de obediencia específicamente relacionado con la misión mundial, deben estar listos para aceptar cualquier misión encomendada, aunque sea en zonas violentas como en la Sierra Tarahumara.
Según el informe elaborado por la Iniciativa Global contra el Crimen Organizado, de 193 países, con mayor presencia de crimen organizado México es sólo superado por el Congo, Colombia y Myanmar.
Según el jefe del Comando Norte de los Estados Unidos el general Glen Van Herk, el crimen organizado controla el 35 por ciento del territorio nacional.
México sigue siendo el país más mortífero para los periodistas en el mundo, más de 30 han sido asesinados desde el 1 de diciembre del 2018 a la fecha.
Pero ahora los sacerdotes que están apoyando a los más necesitados tampoco están a salvo, y es que muchos han trabajado para proteger a los miembros de sus comunidades contra los intereses del crimen organizado y eso no le gusta a quien se quiere hacer de tierras a la mala.
En lo que va del sexenio, siete han sido los religiosos asesinados en el país, de acuerdo con datos del Centro Católico Multimedial (CCM).
Uno de esos casos fue el sacerdote José Guadalupe Rivas Saldaña, que tras haber sido reportado como desaparecido lo encontraron sin vida en un rancho en Tecate, Baja California.
Estaba al frente de la Casa del Migrante de Nuestra Señora de Guadalupe, en el municipio de Tecate, donde se brindaba hospedaje y alimentación a migrantes que intentan cruzar hacia
Estados Unidos.
El año pasado, hubo tres asesinatos más: José Guadalupe Popoca Soto, párroco del templo de San Nicolás de Bari, en Zacatepec, Michoacán; el franciscano Juan Antonio Orozco Alvarado, quien murió en un fuego cruzado en Durango; y Gumersindo Cortés González, torturado y asesinado en Celaya, Guanajuato.
En Michoacán y Guerrero, diversos integrantes de la comunidad religiosa han tenido que mediar con los grupos del crimen organizado con el objetivo de evitar que la violencia escale.
Al contar con información, ya sea de grupos rivales o de lo que sucede en sus comunidades, los religiosos se encuentran en situaciones difíciles, así me lo contó en entrevista que sostuvimos poco después de ese terrible crimen, el padre Alejandro Solalinde, quien fue el primero en decir que algunos de los jóvenes desaparecidos de Ayotzinapa habían sido quemados. La información se la había obtenido con los testimonios que le confiaron varias personas cuando ocurrieron los hechos el 16 y 17 de septiembre de 2014.
De acuerdo con “el Informe 2021 sobre Libertad Religiosa Internacional” del Gobierno de Estados Unidos, los grupos criminales asedian a los religiosos, considerados como líderes de las comunidades, para crear un ambiente de miedo y así favorecer sus intereses, principalmente, en el tráfico de drogas.
Las autoridades estadounidenses detallaron que el crimen organizado elige a algunos clérigos y otros jefes eclesiásticos como víctimas de asesinatos, intentos de extorsión, amenazas de muerte, secuestros e intimidación por su acceso a recursos financieros o por sus labores ayudando a los inmigrantes.
Además, los líderes religiosos están involucrados en activismo político y social, por ello están expuestos.
México ahora además es considerado el país más peligroso para los sacerdotes en Latinoamérica por la ola de violencia que han desatado los grupos criminales vinculados al narco.