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#Justicia para Adriana Inés y miles más

Adriana Inés Vidal desde niña jugaba a ayudar a sus amigos; por ejemplo, si alguien se lastimaba, ella los curaba, y aunque cuentan sus familiares que a esa edad le daba miedo la sangre, estudió enfermería y se recibió en el Conalep, Ciudad de México. Siempre buscó ayudar a la gente.

Para poder cumplir su sueño, el esfuerzo fue muy grande de ella en estudiar, en ser disciplinada y siempre empática con la gente, y de su madre, quien la apoyó a lograr su meta, para lo cual hacía desayunos para poder pagar los gastos de la carrera de su hija.

Pasaron los años y la disciplina y esmero de Adri, como le decían sus compañeros de trabajo, la llevaron a ser jefa de enfermeras en el hospital Star Médica Roma. Ahí pasó los últimos 10 años de su vida, cumpliendo todos sus horarios, muchas guardias nocturnas.

También era maestra y daba clases.

No se conformaba con su trabajo de enfermera, Adriana había terminado su especialidad en inglés y estaba por concluir una especialidad para complementar su trabajo de enfermería y soñaba con hacer su maestría.

Durante la fase más crítica de la pandemia de Covid, esta joven enfermera trabajó día y noche.

Sus compañeros le preguntaban si no estaba cansada, pero ella siempre, con una sonrisa, decía que amaba lo que hacía, pero que además, su principal misión en la vida era que sus hijas pudieran tener un mejor futuro.

También era maestra y daba clases.

No se conformaba con su trabajo de enfermera, Adriana había terminado su especialidad en inglés y estaba por concluir una especialidad para complementar su trabajo de enfermería y soñaba con hacer su maestría.

Durante la fase más crítica de la pandemia de Covid, esta joven enfermera trabajó día y noche.

Sus compañeros le preguntaban si no estaba cansada, pero ella siempre, con una sonrisa, decía que amaba lo que hacía, pero que además, su principal misión en la vida era que sus hijas pudieran tener un mejor futuro.

Ante el Ministerio Público, la primera versión de la expareja fue que cuando Adriana llegó a su casa, habían discutido y que se había desmayado. La dejó inconsciente en su recámara. Se fue con las niñas a una fiesta infantil y que, cuando regresó, se dio cuenta de que estaba muerta. La subió al coche, que ella compró, y la fue a dejar a la orilla del camino.

El proceso legal está en curso.

Por lo pronto, las dos pequeñitas, que eran la razón de vivir de Adriana, hoy se han quedado sin su madre. Como tantas niñas y niños, hijos de mujeres asesinadas en México.

Recordemos que en México mueren 10 mujeres al día y, de ese porcentaje, hay una alta probabilidad que quien las mató fue su pareja, expareja o gente cercana a ellas. No es un número, detrás de cada mujer que pierde la vida hay muchas historias de dolor y pequeños que quedan a la deriva sin sus madres, y padres y madres que pierden a sus hijas.

Es muy difícil salirse de un mundo de violencia, es difícil hasta detectar cuando se sufre de esta rudeza.

No es fácil que una mujer violentada sepa qué es normal y qué no. La mayoría de las veces solamente en situaciones límite es que muchas mujeres reaccionan y se dan cuenta lo que está sucediendo para pedir ayuda. Otras pierden la vida antes de escapar de esa violencia.

Vivimos todavía en un mundo patriarcal, en un mundo donde los hombres tienen varios privilegios, y uno de ellos es la violencia. Un punto a resaltar es el ambiente familiar en el que creció el hombre, ya que, si tuvo una infancia violenta, va a repetir esos patrones. Hay una estadística asombrosa sobre los asesinos seriales: el 99.9% de ellos fue abusado de niño, ya fuera con violencia física o sexual.

Uno que pega una vez, lo seguirá haciendo. Hay que recordar que, en casi todos los casos de feminicidios perpetrados por la pareja, hubo violencia previa. Es por eso que cada mujer tiene que trabajar en su libertad, identificar en qué aspectos de su vida no la tiene y buscar una solución a eso, ya sea en lo económico, en lo emocional, en su relación o en su trabajo.

Son decisiones vitales que una debe escoger para mejorar su vida.

Adriana tenía información, sabía que sufría violencia intrafamiliar, pero nunca imaginó que acabaría perdiendo la vida y dejando huérfanas a dos chiquitas. Nunca denunció a su agresor.