Brasil, polarización y péndulo
Brasil vive un momento de extrema tensión por las protestas e irrupciones al Congreso y a la Corte Suprema, ocurridos el pasado domingo 8 de enero por parte de opositores al gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva.
Apenas el primero de enero, Lula de Silva tomó protesta, éste es su cuarto mandato, y después de haber estado profundamente enfrentado con el expresidente Jair Bolsonaro, se dan estos ataques que el nuevo gobierno de Brasil considera como “actos terroristas” y un intento de golpe de Estado.
Este ataque es considerado como el más grave a las instituciones de ese país, desde que se logró la restauración de la democracia hace cuatro décadas. Es muy similar a lo que ocurrió hace dos años en Washington, cuando seguidores del expresidente Donald Trump asaltaron el Capitolio.
Durante sus mandatos, tanto Bolsonaro en Brasil, como Trump en Estados Unidos, estuvieron incitando a sus seguidores a la polarización y a la violencia con su discurso radical y de odio. Tan es así que cuando dejaron el poder, sus seguidores han emprendido mucha violencia y no han querido reconocer las derrotas de sus líderes en las urnas.
Lo que está ocurriendo con tanta polarización ha sido la división en la sociedad.
Lula ha responsabilizado al gobernador del Distrito Federal, Ibaneis Rocha, un exaliado de Bolsonaro, diciendo que no hizo nada para detener el avance de los manifestantes. Rocha fue destituido de su cargo temporalmente por tres meses por la Corte Suprema Federal.
Las investigaciones en Estados Unidos han mostrado que hay una vinculación de Trump con el asalto al Capitolio.
Hoy en Brasil son más de mil 400 personas arrestadas, y aunque tratándose de defender aseguran que fueron infiltrados de izquierda los que realizaron los ataques, lo cierto es que se ha podido identificar quiénes son los responsables por las imágenes en redes sociales.
Ahora, el expresidente Jair Bolsonaro, quien permanece en Florida, Estados Unidos, desde días antes de la llegada de Lula al poder, condenó los actos vandálicos a través de Twitter, pero al mismo tiempo decía que la izquierda hizo lo mismo en 2013 y 2017.
Es el discurso radical, de odio, que líderes de extrema derecha o de izquierda usan como estandarte para producir caos, buscando deslegitimar a sus adversarios en el poder y que cada día es más frecuente en el continente americano, donde los regímenes totalitarios resurgen a costa de la democracia.
Lo ocurrido en Brasil y Estados Unidos salpica a otros países donde la extrema derecha no es la protagonista. En Perú se vive una situación similar, pero con grupos radicales de izquierda que exigen el regreso del presidente destituido Pedro Castillo.
Este hombre llegó a la presidencia del país andino con la promesa de restablecer la balanza y apoyar a los sectores más pobres, la realidad es que comenzaron las acusaciones por actos de corrupción en su contra.
Castillo no sólo estuvo envuelto en investigaciones por esos señalamientos, sino que mostró su incapacidad para gobernar Perú, al utilizar el nepotismo para nombrar en puestos claves a personas sin preparación, sin experiencia, simplemente por ser parte de su círculo cercano.
En dos años y medio que estuvo en la presidencia, sus constantes malas decisiones provocaron la remoción o dimisión de sus ministros. Todo esto provocó que se le buscara llevar a juicio político, por lo que Castillo intentó disolver el Congreso y alentar a un estado de excepción, el cual no fue respaldado por las instituciones y terminaron en su arresto.
Emulan a trumpistas
Su sustituta, Dina Boluarte, no ha podido contener las protestas en su contra, en un intento por aminorar la crisis, el Parlamento aprobó el adelanto de elecciones de 2026 para abril de 2024, pero no ha sido suficiente.
A un mes del cambio de gobierno, las manifestaciones han dejado 28 civiles muertos en apenas 20 días de protestas en diciembre pasado, antes del inicio de la tregua navideña.
Argentina también está inmersa en la polarización política con su vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, con acusaciones penales por corrupción.
Latinoamérica atraviesa por una crisis de polarización no vista en mucho tiempo, porque Nicaragua vive bajo el régimen autoritario de Daniel Ortega y Venezuela con Nicolás Maduro, ambos asegurando que son de izquierda, que gobiernan para los más pobres, pero la realidad es que son dictaduras disfrazadas, en las que las libertades y derechos humanos permanecen restringidos.
El Salvador es otro ejemplo de cómo el péndulo va de un lado a otro. Aquí, el gobierno de derecha de Nayib Bukele mantiene un Estado de excepción, con el argumento de erradicar las pandillas, pero muchos críticos a su administración aseguran que pactó con los líderes desde antes de llegar al poder y que sólo se trata de una cortina de humo.
De acuerdo con Amnistía Internacional, hasta la fecha, más de dos mil personas han sido detenidas arbitrariamente por haber abandonado sus hogares y colocadas en centros de contención del gobierno.
El organismo asegura que la administración de Bukele está “siguiendo un camino peligroso hacia convertirse en un Estado represivo”.
Y en México no estamos exentos de este discurso de polarización y de división, que también tiene y tendrá repercusiones. Habrá que ver para qué extremo se mueve el péndulo.