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Migrantes: el regreso a casa

Durante años hemos reportado las tragedias que implican para miles, en realidad millones de personas, que han intentado cruzar el país para llegar a Estados Unidos y entrar a ese país en forma indocumentada. El secuestro, la violencia, la extorsión, las violaciones son solamente algunos de los peligros que corren esos millones de migrantes indocumentados. El tráfico de personas ha enriquecido, además, a los grupos criminales de una forma inédita hasta hace unos pocos años. Pero ahora, podemos tener un tráfico, también manipulado por grupos criminales, pero de signo inverso.

El Financial Times acaba de publicar un muy buen reportaje sobre un fenómeno que no hemos analizado ni valorado detrás de las políticas migratorias de Donald Trump: los riesgos que corren los migrantes deportados, los que no pudieron llegar a la Unión Americana, los que después de meses deambulando en México se encontraron con que las fronteras ya estaban cerradas y no había opciones para intentar ingresar al país del norte.

Ese viaje tiene tantos o más riesgos que el que implicó llegar a México para migrantes que vienen de Centroamérica, pero, sobre todo, para los que vinieron de Venezuela. Estamos hablando de miles de hombres, mujeres y niños que ahora tienen que hacer el camino de regreso, sorteando los mismos peligros, desde la extorsión hasta el secuestro, pasando por la posibilidad de todo tipo de abusos, pero después de un desgaste que puede haber sido de meses y, en muchos casos, ya sin dinero o sin documentos para intentar, si hubiera dinero, un regreso más sencillo.

Cruzar México de regreso no es fácil, pero es más complejo atravesar Centroamérica y para los venezolanos toparse, al llegar a la frontera entre Colombia y Panamá, con el tapón del Darién, la zona selvática que tienen que cruzar para llegar, a su vez, a Venezuela, donde la mayoría tampoco son bien recibidos por un gobierno que los estigmatiza, a pesar de que el país vive, en un porcentaje mucho mayor que nosotros, por ejemplo, del dinero de las remesas que envían los exiliados, refugiados y emigrados que son casi un tercio de la población venezolana, la que vive en el exterior, particularmente en Estados Unidos.

Cuenta el reportaje del Financial Times que “a medida que las autoridades panameñas también tomaban medidas enérgicas, el número de migrantes que cruzaron el Tapón del Darién hacia Panamá, en enero y febrero, cayó un 95.8 por ciento con respecto al mismo período de 2024, de 73 mil 167 a tres mil 45, según el Servicio Nacional de Migración del país, después de que los cruces cayeran un 41 por ciento en 2024. Mientras tanto, mil 639 migrantes “inversos” llegaron a Necoclí y Acandí, otro municipio cercano al Tapón del Darién, entre el 10 y el 28 de febrero, y las cifras aumentaron hacia finales de mes, según la agencia de migración de Colombia. La gran mayoría continuó de inmediato, dijeron funcionarios y trabajadores humanitarios. Muchos venezolanos no tienen pasaporte y, por lo tanto, no pueden volar, lo que significa que deben emprender una larga y costosa odisea por tierra para llegar a casa. El viaje comienza con viajes en autobús desde México, a través de Centroamérica, hasta Colón, una ciudad en la costa atlántica de Panamá”.

Toda esa zona se había convertido en el centro de operaciones de muchas rutas de tráfico de personas que eran sacadas de Venezuela, cruzaban el Darién desde Colombia (o lo hacían a un costo mayor en lanchas que cruzaban esa parte del sur del Caribe), y ya en Panamá iniciaban el viaje hacia México.

Para muchos, ese cruce del Darién era el capítulo más peligroso de un viaje de por sí pletórico de riesgos: esa zona selvática está controlada por una mezcla de traficantes de drogas, armas y personas, con grupos armados que, con o sin sustancia ideológica, participan de esos negocios.

Ahora, están tratando de reconstruir las mismas redes, pero para tener el tráfico inverso. Pero existe otro problema: Venezuela está en una crisis económica aún más grave que antes. El gobierno de Biden había permitido las exportaciones de crudo venezolano a Estados Unidos y éstas, una de las pocas fuentes de recursos del régimen de Nicolás Maduro, fueron canceladas por Trump. Lo último que quiere Maduro es que regresen migrantes que ya se habían ido y que podían aportar remesas. Migrantes que, además, en muchos casos, considera como opositores políticos y que tienen escasas posibilidades de conseguir siquiera un trabajo.

También se han endurecido las autoridades en todos los países de paso, desde México hasta Panamá, para evitar los flujos migratorios hacia el norte, pero eso también tiene repercusiones en quienes quieren regresar al sur, a sus naciones de origen. El tráfico de personas se ha reducido en forma notable hacia el norte y las deportaciones desde Estados Unidos han sido mucho menores a las esperadas: en los primeros 50 días de su administración, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE) detuvo a unos 32 mil 800 inmigrantes irregulares. México recibió a 10 mil 964 migrantes deportados de Estados Unidos desde el 20 de enero. De ésos, ocho mil 425 eran mexicanos y dos mil 539, de otras nacionalidades.

Las cifras están lejos de ser dramáticas, pero en caso de que se cumplan las amenazas de deportaciones en forma masiva, o incluso de un incremento sustancial de las mismas, la situación de quienes deban regresar haciendo un largo recorrido terrestre puede ser peor, para ellos, que el que hicieron tratando de ingresar a la Unión Americana.

Paradójicamente, muchos de los que intentaron llegar infructuosamente al sueño americano o que fueron despertados abruptamente de él, ahora, le dicen que lo único que quieren “es regresar a casa”.