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Las matan por amor

 

Las historias de violencia, discriminación y muerte contra las mujeres las vivimos todos los días. Una joven paquistaní, Farzana Iqbal, había sido comprometida por su padre y hermanos con su primo, pero no se quiso casar con él, sino con otro hombre que, decía, era el amor de su vida.

Hace unos días fue lapidada por su propia familia por casarse con quien amaba. Estaba embarazada de cinco meses. Sus parientes levantaron una denuncia por secuestro contra el esposo y ella había ido al alto tribunal de Lahore, una de las ciudades más importantes de Paquistán, para argumentar que se había casado por voluntad propia.

Mientras la joven de 25 años esperaba que abriera el Tribunal Superior una docena de hombres liderados por su padre, sus dos hermanos y su antiguo prometido comenzaron a lanzarle piedras. El argumento: la joven había cometido un delito de honor. Farzana murió en las puertas del tribunal, en pleno día y sin que nadie interviniera en su defensa. El bebé pereció en su vientre.

Según la Fundación Aurat, más de mil mujeres al año son asesinadas por sus familias, acusadas de cometer crímenes de honor, aunque podrían ser muchas más porque no hay cifras oficiales. Pocos son los agresores que llegan a la cárcel, pues según las leyes de Paquistán la familia de la víctima puede perdonar al agresor.

Otro caso se vivió en Sudán. Meriam Yahia Ibrahim, de 27 años, lleva cuatro meses encadenada a un grillete esperando su pena de muerte. Su delito: enamorarse del hombre que no debía en un país equivocado. Fue denunciada por un supuesto hermano que ella dice no conocer. Éste aseguró que ella es musulmana y se casó con un cristiano.

El padre de Meriam era musulmán, pero abandonó a la familia siendo ella era muy pequeña y su madre, quien ya falleció, la crió bajo la fe ortodoxa etíope. Su marido, Daniel Wani, nació en el norte de Sudán, de mayoría musulmana, pero sus padres eran de Sudán del Sur, de mayoría cristiana. Ahí se educó.

Meriam está condenada a muerte, pero no la han ejecutado porque aún está amamantando a su bebé. Dentro de dos meses le quitarán al pequeño y la ejecutarán públicamente. Será lapidada.

Historias similares pasan en México. En muchas zonas indígenas donde se rigen por usos y costumbres, arreglar el matrimonio de las hijas es algo común. Por ejemplo, me tocó ir a la zona triqui, en Oaxaca, hace unos años y pude constatar que muchas mujeres indígenas tampoco pueden elegir a la pareja que ellas desean.

Los matrimonios arreglados son cosa de todos los días. Entre más pequeña es la hija, mayor valor tiene. Las cambian al mejor postor por dinero, animales, cajas de refresco y cajetillas de cigarro. Si alguna mujer (en la mayoría de los casos son menores de edad) desobedece la voluntad de su padre es severamente castigada y golpeada.

No es sólo en Sudán o Paquistán: en México todavía hay comunidades en donde la mujer no puede decidir ni siquiera quién será el padre de sus hijos.

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