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Del funeral en Londres, al sismo en México

Las puertas de la Abadía Westminster se volvieron abrir para la reina Isabel II, como hace 70 años, cuando fue coronada, pero esta vez para su último adiós, ante la presencia de dos mil personas, incluidos 500 jefes de Estado, líderes mundiales, monarcas y representantes de diversos países.

 La presencia de tantos líderes mundiales supuso la mayor operación en seguridad jamás vista en el Reino Unido.

Así fue como este lunes 19 de septiembre de 2022, la monarca más longeva recibió un funeral de Estado que comenzó con el trayecto del féretro desde el salón ardiente del Palacio de Westminster hacia la abadía Westminster. Fue llevada en el State Gun Carriage, un carro de artillería de la Marina Real, llevado por 142 marineros.

Al sonar de las gaitas y tambores de los regimientos escocés e irlandés, varios miembros principales de la familia real, entre ellos el rey Carlos III, sus hermanos y sus hijos, los príncipes William y Harry, acompañaron el carro durante el cortejo fúnebre, así como miembros de la Aviación Real y por los gurkhas, una brigada de élite de origen nepalí.

La misa fue oficiada por el deán de Westminster, David Hoyle, y el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, fue el encargado de dar el sermón. La primera ministra británica, Liz Truss, participó en una lectura.

Este suceso se convirtió en una de las mayores reuniones diplomáticas, al congregar a tantos representantes de países, algo que ni Naciones Unidas puede realizar, por no contar con tantas naciones registradas.

Además, es el primer funeral de Estado en el Reino Unido desde 1965, cuando murió el primer ministro Winston Churchill, el cual se convirtió, hasta la fecha, en el más grande de la historia.

Ahora, se realizó con la presencia de políticos y exministros británicos, los reyes Felipe y Letizia, además de los reyes eméritos Juan Carlos I y Sofía; de esta forma se dio la primera imagen, juntos, de Felipe VI y de su padre, desde que hace dos años este último decidiera fijar su residencia permanente en Abu Dabi tras la serie de escándalos que arrastra el rey emérito.

También estuvo el emperador Naruhito y la emperatriz Masako, de Japón, que pocas veces salen de su país. Así como la reina Margarita II de Dinamarca, quien encabezó la sección de monarcas con el reinado más viejo, además de ser prima lejana de la reina Isabel.

También estuvo el presidente francés Emmanuel Macron, el socio más importante de Reino Unido, así como el presidente de la Unión Europea.

Fin de una era

Además del mandatario estadounidense, Joe Biden, y su esposa, Jill, a quienes se les permitió llegar en su propio vehículo, la Bestia, lo que los obligó a sentarse en la fila 14.

Y el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, quien también iba acompañado de su esposa, viajó en el autobús designado, siendo uno de los países más importantes de la Commonwealth.

En cuanto a México, el Presidente Andrés Manuel López Obrador declinó la invitación, para que su lugar fuera ocupado por el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard.

El funeral de Estado no sólo marcó un fin del reinado de Isabel II, fue un momento aprovechado por muchos líderes mundiales para realizar reuniones extraoficiales y revisar temas geopolíticos en común.

Los líderes de América Latina brillaron por su ausencia. Gustavo Petro, de Colombia, envió a la primera dama y al ministro de Relaciones Exteriores, mientras que el mandatario argentino, Alberto Fernández, no acudió a los funerales, ni su canciller. Y Cuba, Chile y Uruguay replicaron a México, sólo enviaron a sus cancilleres y ministros de Relaciones Exteriores.

La Casa Real tuvo que sortear varios inconvenientes para no herir el ego de los líderes mundiales, quienes siempre estuvieron apegados a los protocolos.

Lo cierto es que mientras los ojos del mundo estaban puestos en el funeral de la reina Isabel II y, justo terminaban, aquí en México se hacía el simulacro para conmemorar los sismos de 1985 y del 2017, justo en un 19 de septiembre.

Y de Londres la noticia se centró en México. Nuevamente, otro 19 de septiembre, un sismo azotó nuestro país con una magnitud de 7.8 grados, el epicentro se dio en Michoacán, muy cerca de donde se originó el temblor de 1985, que con sus 8.1 grados prácticamente destruyó la ciudad.

El sismo del 2017 tuvo una magnitud de 7.1 grados, pero un epicentro en Morelos, mucho más cerca de la CDMX, ocurrió a la una de la tarde con catorce minutos. Hubo afectaciones graves, se perdieron vidas, se colapsaron edificios, pero no se compara a la tragedia vivida en 1985.

El día de ayer, a las 13:05 de la tarde, en otro 19 de septiembre en México, volvió a temblar. Las probabilidades de que haya tres sismos de más de 7 grados en un mismo día, según José Luis Mateos, especialista en sistemas complejos del Instituto de Física de la UNAM es de una por 133 mil 225.

Pero así son estos fenómenos naturales, cuando se tiene el 0.000751 por ciento de probabilidad de que ocurran, llegan y nuevamente vuelve a temblar en México.  

Afortunadamente, algo hemos aprendido de estos fenómenos y cómo enfrentarlos, cómo minimizar desgracias y pérdidas humanas, y el día de ayer fue un ejemplo positivo de cómo hemos ido avanzando en protección civil, en los lineamientos de construcción y en educación de cómo se deben enfrentar estos fenómenos que no podemos controlar, pero sí afrontar de una manera más responsable.

Un avance muy importante el que hemos recorrido de 1985 a la fecha, no debemos pelear con el pasado, debemos de aprender de él, porque nos puede salvar la vida.