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La otra cara del #MeToo

La cifra de mujeres que son violentadas y discriminadas en todas las formas, desde física hasta emocional, es alarmante. En México cada 18 segundos una es violada.

 

De acuerdo con el informe “Perspectivas sociales y del empleo en el mundo: avance global sobre las tendencias del empleo femenino 2018”, de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), las mujeres ganan en promedio 20 por ciento menos que los hombres, tienen mayores niveles de desempleo, altos porcentajes de trabajo no remunerado y representan menos de una tercera parte de los cargos de dirección intermedia y superior en las empresas de todo el mundo.

El informe señala que en México 70 por ciento de las trabajadoras se concentra en el sector terciario de la economía, es decir, en el comercio y servicios, donde hay altas tasas de informalidad, y no tienen acceso a protección social ni derechos laborales.

 

A pesar de los progresos alcanzados en los últimos 20 años, las mujeres tienen menos posibilidades de participar en el mercado de trabajo de gran parte del mundo. La tasa mundial de participación de mujeres en la fuerza de trabajo sigue estando 26.5 puntos porcentuales por debajo de la tasa de hombres.

En puestos clave de dirección son muy pocas las mujeres. En el mundo financiero es muy extraño encontrarse con una mujer en los comités de dirección. La batalla que tenemos que dar para tener condiciones similares a los hombres es brutal. Como contraste, 29 por ciento de los hogares mexicanos son mantenidos por una mujer.

El jueves 5 de octubre de 2017 marcó el inicio de una revolución femenina; ese día, The New York Times publicó un artículo titulado: Harvey Weinstein Paid Off Sexual Harassment Accusers for Decades, que reseñaba muchos de los casos en que el famoso productor había abusado de su posición para ganar o arrebatar favores sexuales.

Tres días después, Weinstein fue despedido de su propia empresa, The Weinstein Company, a través de un correo electrónico que le notificaba sobre la decisión, la cual se había tomado a la luz de la nueva información sobre la mala conducta de Harvey surgida en los últimos días, ya que violaba el código de conducta de la compañía.

El hashtag que hizo visible un problema

El huracán continuó su camino y el 10 de octubre, The New Yorker publicó un reportaje titulado: From Aggressive Overtures to Sexual Assault: Harvey Weinstein’s Accusers Tell Their Stories, en el que se citaba por primera vez a actrices conocidas como Asia Argento, Mira Sorvino y Rosanna Arquette contando lo que, hasta ese momento, había sido un secreto a voces en Hollywood.

Cinco días después inició un movimiento mundial que marcó un parteaguas en la historia moderna. El 15 de octubre, la actriz Alyssa Milano publicó un tuit en el que pedía que todas las mujeres que hubieran sufrido algún tipo de acoso sexual respondieran diciendo me too(yo también) “para dar idea de la magnitud del problema”. #MeToo de inmediato se hizo viral.

Pocos imaginaban lo que iba a pasar.

En Estados Unidos comenzó una cascada de denuncias que iban desde comentarios lascivos hasta violación, pero no sólo en Hollywood; la onda expansiva había llegado a hasta los más recónditos lugares, profesiones y actividades en todo el mundo. Muchas de estas denuncias justificadas, otras no.

Un año después, la activista Tarana Burke, quien comenzó el movimiento original de #MeToo hace más de una década en MySpace, continúa trabajando para asegurarse que no se pierda su misión original: conectar a los sobrevivientes de agresión sexual con los recursos que necesitan para sanar.

Burke quiere evitar que MeToo se vuelva una frase tan usada que se diluya su significado.

Son miles de denuncias que se han hecho a través de diversos medios y foros en las cuales mujeres expresan que se han sentido incómodas, molestas o agredidas sexualmente.

Esta oleada de testimonios ha provocado que diversos sectores expresen su desacuerdo, ya que en algunos casos, a su juicio, no existía acoso o mala intención. Lo cierto es que lo que para unos es una acción cotidiana o de sentido común, para otros es una agresión de género.

Denunciar abusos es muy difícil y valiente para las víctimas poderlo hacer. Pero en otros casos, señalar de acoso se ha vuelto algo muy rentable para algunas y perjudicial para otras.

Hace un par de semanas, en el programa de Bill Maher, una periodista feminista, una de las jefas editoriales del New York Times, decía que este movimiento estaba llegando en algunos casos demasiado lejos y narraba que se había subido a un elevador con un colega y que este le agarró la espalda como un acto de cortesía para dejarla pasar. A los pocos minutos ese colega se acercó a su escritorio para pedirle que por favor no lo fuera a denunciar por acoso.

Para evitar este tipo de malentendidos, diversos sectores están adoptando las medidas necesarias para, por decirlo así, alejarse de las mujeres.

De acuerdo con Bloomberg, los hombres de Wall Street están empleando una estrategia para evitar a las mujeres a toda costa, llamada “efecto Pence”, por Mike Pence, el ultraconservador vicepresidente de los Estados Unidos, quien dijo que evita las comidas a solas con cualquier otra mujer que no sea su esposa.

Con ello evitan a toda costa una cena de negocios con una colega; si hay que compartir un vuelo, eligen asientos separados; en caso de alojarse en el mismo hotel, piden una habitación en un piso diferente y las reuniones privadas están completamente descartadas.

En casos extremos algunos hombres no quieren ni siquiera compartir el auto con alguna mujer colega. Algunas mujeres han incluso asegurado que como sus jefes no quieren tener reuniones privadas con ellas, no se enteran de información laboral importante, lo cual las deja fuera de la jugada. Y siendo tan pocas las mujeres en puestos directivos, si antes era difícil acceder a ellos, ahora puede llegar a ser más complicado.

Los hombres de Wall Street comenzaron a repetir estas conductas como modo de adaptación a la era #MeToo, aunque “estas acciones hagan la vida aún más difícil para las mujeres”, señaló Bloomberg.

Y pese a que estas decisiones podrían acarrear otros problemas, como discriminación de género, consejeros financieros aseguran que el solo hecho de contratar a una mujer hoy podría considerarse un riesgo. “Está creando una sensación de andar en puntas de pie todo el tiempo”, dijo David Bahnsen, exdirector gerencial de Morgan Stanley, actualmente consejero independiente.

Si bien es cierto que estas acciones tienen un dejo de paranoia, la realidad es que sí está afectando la vida profesional de las mujeres, sobre todo en Estados Unidos. Karen Elinski, presidenta de la Asociación de Mujeres en las Finanzas y vicepresidente superior en Wells Fargo, ha señalado que las mujeres buscan ideas para trasformar esta situación: “Está afectando nuestras carreras… Es una pérdida real”.

De acuerdo con Bloomberg, Wall Street corre el riesgo de convertirse, aún más, en un club masculino. Y es que las finanzas son tal vez uno de los nichos más cerrados a las mujeres que existen, ya que los principales puestos están dominados por hombres.

De acuerdo con el estudio “When Women Thrive” (2017), elaborado por la consultora internacional de Recursos Humanos Mercer, con la asesoría de la EDGE Certified Foundation, las empresas continúan pagando menos a las mujeres que a los hombres, manteniéndose de manera persistente e inexplicable una brecha salarial de género de un 17 por ciento en Latinoamérica.

 

Por supuesto que ninguna mujer se debe de sentir vulnerable o acosada. El movimiento de denuncia debe servir para darle voz a esas mujeres, para que encontremos mejores oportunidades laborales, remuneradas de igual manera por el mismo trabajo que realiza un hombre, y no para que haciendo uso excesivo del tema del acoso, se nos terminen cerrando más  puertas.