Tijuana bajo fuego y fentanilo
Tijuana hoy es de los sitios más violentos de todo México. Tanto es así que su alcaldesa Montserrat Caballero se fue a esconder a un cuartel militar por las amenazas que ha recibido. Estoy totalmente de acuerdo que primero está la vida y que la alcaldesa se cuide, pero que renuncie, porque quienes están en la indefinición absoluta y expuestos a una violencia desmedida son los casi dos millones de habitantes de Tijuana que no tienen protección.
Urge establecer una política de seguridad real, los reportes de todos los días muestran que en Tijuana se concentran ocho de cada 10 delitos cometidos de forma diaria en el estado.
Pero además se sabe que hay un motivo muy claro del incremento de esta violencia en esa ciudad fronteriza y es el consumo y tráfico de fentanilo. Tijuana es fundamental para los grupos criminales para el tráfico de drogas. Y es que por esa frontera se mete muchísima droga a EU.
Hoy los criminales se pelean desde una calle, hasta el mercado de las drogas de manera masiva. Cifras oficiales muestran cómo han escalado los asesinatos. Mientras en el 2020 hubo dos mil 026 víctimas, para 2021 fueron mil 974 y en 2022, hubo más de dos mil 050 asesinatos.
Un ejemplo, el fin de semana pasado, a las 8:00 am reportaron a un hombre herido de bala en la colonia Mariano Matamoros Centro, dos horas después otra persona sufrió un ataque con arma de fuego en la colonia Infonavit Murúa, y mientras las autoridades atendían estas emergencias, una nueva llamada alertaba del hallazgo de restos humanos en la colonia Las Abejas. Todo en las primeras horas del sábado pasado.
El fentanilo está provocando una crisis de salud terrible. Y es que muchas personas están consumiendo engañadas, los criminales lo están mezclando con otras drogas para volverlas más adictivas.
Peleando el mercado para vender fentanilo, la violencia no sólo radica en balaceras y homicidios dolosos, hoy muchos tijuanenses son extorsionados, amenazados, confundidos, desaparecidos o víctimas colaterales de los constantes enfrentamientos, sin la posibilidad de poder refugiarse en un cuartel como la alcaldesa Montserrat Caballero y su familia.
La joya de la corona para los cárteles son las aduanas de Tijuana y Mexicali para el paso de drogas, extorsión a usuarios de garitas, narcomenudeo y cobro de piso a migrantes y comercio.
Hoy, Baja California está bajo el fuego de los cárteles de Los Arellano Félix, Jalisco Nueva Generación y el de Sinaloa.
Fuentes de inteligencia indican que los dos primeros habían llegado a un acuerdo para manejar en conjunto el corredor de Tijuana, sin embargo, en este 2023 comenzaron las fracturas internas.
El año pasado, tras el hackeo del Grupo Guacamaya, se reveló que, en las aduanas de Baja California, principalmente en Tijuana, opera una red de corrupción que alcanzó a altos funcionarios aduanales vinculados con el crimen organizado.
Pero Tijuana por 20 años estuvo bajo el dominio de los Arellano Félix, una organización criminal familiar que creció en los años ochenta al abrigo de su tío, Miguel Ángel Félix Gallardo, y consolidaron el control en la frontera de Tijuana, Baja California.
La cocaína y la marihuana de este clan llegó hasta San Diego, Los Ángeles, Las Vegas, Chicago y Nueva York, en Estados Unidos. En México, a los estados de Baja California, Baja California Sur, Sinaloa, Nayarit, Jalisco, Colima, Michoacán y Guerrero.
Sin embargo, a inicios de los años 2000 su poderío fue mermado con la detención o asesinato de cada uno de los hermanos, empezando por su líder: Ramón Arellano, conocido como el más violento del clan. En el 2002, Ramón Arellano fue asesinado en el carnaval de Mazatlán. Un mes después de la muerte de Ramón, Benjamín Arellano Félix fue detenido en una zona residencial de Puebla.
Con la muerte de Ramón y el encarcelamiento de Benjamín, el poderío de Los Arellano Félix se dividió, ya que Francisco Javier, El Tigrillo, quien controló la parte operativa del grupo mientras que las finanzas quedaron en manos de Enedina.
En el 2013, el hermano mayor Francisco Rafael, fue asesinado durante una fiesta infantil, cuando un sicario disfrazado de payaso entró al evento y le disparó en varias ocasiones en la cabeza.
Eduardo Arellano Félix, otro hermano conocido como El Doctor, permanece en el penal del Altiplano desde 2021 cuando las autoridades estadounidenses lo regresaron a sus pares mexicanas, luego de cumplir parte de su sentencia.
En 2010, Tijuana vivió bajo el imperio del terror, cuando la disputa por la plaza entre el menguado cártel de los Arellano y capos emergentes convirtieron esta frontera en su campo de batalla.
Entre 2006 y 2012 se perpetraban casi dos mil muertes al año, un promedio de cinco al día, las calles de Tijuana se convirtieron en un cementerio, no sólo por los cadáveres regados, sino por el cierre de comercios.
En un solo año, Tijuana llegaba a registrar más de mil ejecuciones y muchas de las víctimas nunca fueron localizadas, pues los cadáveres eran disueltos en ácido por Santiago Meza, El Pozolero, quien fue detenido en 2009.
El contraste lo vivieron con la caída de Los Arellano, de 2008 a 2010, Tijuana vivió tasas de incidencia delictiva baja, basada en un esquema de Mando Único militar, pues los crímenes bajaron de 844 muertes violentas a casi la mitad. Fue una época en la que el municipio estaba en una aparente calma bajo un modelo de seguridad.
La calma no duró mucho tiempo, decenas de jóvenes fueron cooptados por el crimen organizado para convertirse en mulas, como se les conoce a los traficantes de drogas y también en sicarios.
Hoy, la ciudad fronteriza está más violenta que nunca. Urge una estrategia de seguridad que no es la de “abrazos y no balazos”, que evidentemente no ha funcionado y le ha dado tiempo a los grupos criminales de fortalecerse.
Los delincuentes han buscado amenazar a las autoridades, para ser ellos los amos y señores y lamentablemente lo están logrando.