Un golpe al abuso clerical
La noche del lunes 16 de diciembre, el sacerdote argentino Eduardo Lorenzo se encontraba en su habitación, ubicada en la sede de Cáritas, en La Plata, Argentina, donde se aloja el arzobispado. En un momento dado empuñó una pistola y se disparó en la cabeza.
Lorenzo estaba a unas horas de ser detenido y encarcelado por corrupción de menores y abusos sexuales contra al menos cinco jóvenes.
El sacerdote Eduardo Lorenzo fue capellán del Servicio Penitenciario Bonaerense durante 14 años, organizó grupos de jóvenes con los boy scout y fue párroco de distintos templos en Gonnet, Berisso y Olmos.
El clérigo cometió los presuntos abusos entre 1990 y 2001; sin embargo, la primera denuncia contra él fue presentada en 2008, pero la fiscal platense Ana Medina decidió que no existían “elementos suficientes que permitieran acreditar la existencia del hecho ilícito” y ordenó el archivo de la causa, hasta febrero de este año.
Pero además, en julio se presentaron dos nuevas denuncias de parte de dos hombres que dieron detalles de los “juegos sexuales” que Lorenzo organizaba con monaguillos de entre 13 y 16 años.
Fue entonces que el caso del arzobispo Fernández generó una Investigación Complementaria Canónica; es decir, una actualización del estado de la primera causa penal para saber cómo estaba la situación de Lorenzo.
Por algún tiempo, la decisión había quedado sólo en manos de la Santa Sede, pero la causa fue reabierta y la fiscal Ana Medina pidió a la jueza de Garantías de La Plata, Marcela Garmendia, que ordenara la detención de Eduardo Lorenzo. La semana pasada, la jueza decidió ordenar la prisión provisional.
En el juicio, que duró más de tres meses, se comprobaron 20 hechos de abusos y violaciones sufridos entre 2005 y 2016 por una decena de alumnos, entonces menores de edad.
Pero historias de abusos de sacerdotes de la Iglesia Católica han sido muchos a lo largo de los años. Recordemos la historia de Ana Lú Salazar, quien a los ocho años fue abusada durante un año por un sacerdote que trabajaba en la escuela a la que asistía cuando vivía en Cancún, Quintana Roo.
BB: Ana Lú, por favor, platícanos tu caso.
ALS: Hablar de la pederastia clerical es difícil, no sólo como víctima, sino que no hay foros muy abiertos para este tema.
Cuando yo tenía ocho años estudiaba en el Instituto Cumbres, de Cancún, que antes se llamaba Instituto del Caribe, y ahí, junto con otras generaciones, inauguramos ese colegio. El sacerdote Fernando Martínez era el director del colegio y, bueno, él tenía prácticamente todo el poder dentro de la institución; yo acababa de llegar de Monterrey y no tenía muchos amigos.
Entonces fui con Fernando Martínez en varias ocasiones a los confesionarios y por la eucaristía, porque hacían como una especie de misa exprés antes de los recreos, y ahí es donde comenzamos a hablar, creo yo, es como más o menos la reconstrucción que tengo, ya que exactamente en el momento en que todo comenzó no podría explicártelo. ¿Por qué?, porque es difícil discernir el momento en que se empieza a dar la situación, porque fue muy sutil.
Este tipo de violaciones no se dan desde la violencia, en general, sino que se dan con sutileza y te van llevando hasta que de pronto disocias, no entiendes exactamente lo que pasa, y te violan, ¿no?
Y eso sucedió durante aproximadamente un año, que es lo que más o menos pude reconstruir.
Les quita protección
BB: ¿Puedes recordar la cantidad de veces que fuiste violada?
ALS: No, no todas, tengo algunas; o sea, tengo memoria de unas cinco veces, pero sé perfectamente que empezó cuando yo cumplí ocho años. Y después de un año, le dije a mi madre: “mamá, no me gusta lo que me hace el padre”.
BB: ¿Qué pasó?, ¿qué ha sido para ti la vida después de ese momento, una vez que lo logras exteriorizar?
ALS: “Había una maestra, Aurora Morales, que era prefecta de disciplina y aparte daba moral; ella se encargaba de sacarme del salón y llevarme con Fernando Martínez para que él me violara en las confesiones o en la oficina”.
Están también los casos de abusos del padre Maciel en México, o de los sacerdotes en Boston. En Chile también hubo movimientos importantes para exigir que los sacerdotes pederastas recibieran castigo. Difícilmente estas personas que cometían abusos sexuales eran condenados.
Afortunadamente, el Papa Francisco la he dado una vuelta a la protección que se daba en este tipo de abusos y el pasado martes, día en el que se confirmó el suicidio del sacerdote Eduardo Lorenzo, el Vaticano anunció que se levantaba el secreto pontificio de las denuncias de agresiones y abusos sexuales cometidos por sacerdotes; también de los juicios y los veredictos.
Con esta decisión del Papa Francisco, los abusos sexuales cometidos por curas ya no serán parte del secreto pontificio. Se trata de la “Ley del Silencio”, establecida el 4 de febrero de 1974 por el Papa Pablo VI, la cual protegió a miles de sacerdotes que cometieron estos delitos en contra, sobre todo, de menores de edad.
La decisión del Papa Francisco es histórica porque apoya las peticiones de las víctimas; un compromiso que estableció el líder católico en febrero y que llega en el marco de su cumpleaños número 83.
El secreto pontificio abarcaba documentos, informaciones, notificaciones, denuncias extrajudiciales de delitos contra la fe y de otros tipos. Además, obliga a guardarlo a cardenales, obispos, prelados superiores, oficiales mayores y menores, consultores, expertos y otro tipo de personal que tenga acceso a textos o información relacionada con los pasos.
En sí, el secreto pontificio prohibía a los sacerdotes acusar a otro cura en caso de un abuso sexual a menores. Si lo hacía era excomulgado y sólo el Papa podía levantar esa sanción; además, impedía dar información a las autoridades civiles.
Con la eliminación del secreto pontificio, los sacerdotes tendrán que asumir su responsabilidad penal.
Ahora, las autoridades eclesiásticas que conozcan de estos abusos están obligadas a denunciar y comunicarlo a las autoridades civiles correspondientes. Las Diócesis de cada país deberán proporcionar toda la documentación relativa a los procesos y denuncias en curso que posean y que les solicite la autoridad judicial.
Los documentos no serán de dominio público, pero sí facilitarán la colaboración con el estado.
Las nuevas disposiciones establecen también como delitos graves “la adquisición, posesión o divulgación, con fines libidinosos, de imágenes pornográficas de menores de dieciocho años por parte de un clérigo, de cualquier forma y por cualquier medio”.
Hasta ahora, el delito de pornografía infantil incumbía a menores de 14 años, pero la edad fue aumentada hasta los 18 años.
El Papa Francisco también eliminó la obligatoriedad de que el abogado y el fiscal de los delitos más graves contra la moral tengan que ser sacerdotes.
Pese a este gran paso, el Papa aclaró que el secreto pontificio no afecta el secreto de confesión, el cual continúa vigente e inviolable también para estos casos; es decir, si una víctima relata su caso en esta forma no habrá consecuencias.
Lo cierto es que el Papa Francisco ha enfrentado una serie de escándalos de abusos sexuales en todo el mundo, los cuales mancharon la imagen de la institución; y desde que asumió como máximo líder de la Iglesia, le ha dado prioridad a las víctimas y ha buscado que los casos de abuso sexual no queden impunes.
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